El piolet y la rosa
Les conjuraron a serenar los impulsos de violencia. La rebeldía va en otro rincón abierto. A salir a la calle y alzar sus voces. En contra no solo del patriarcado, sino también del matriarcado. De los roles históricos.
Bienvenidas a la mesa de las discusiones. A los seminarios de equidad de género. Adentrarse en el pensamiento de sus predecesoras.
Las sufragistas, las emprendedoras y hasta las que han puesto su vida, en favor de quienes marchan con libertad.
Evitar la romería del exhibicionismo, la verbena de acusaciones contra todo, hasta el viento previo a la primavera.
Quien asiste con piolet, martillo, encapuchada y espray de pimienta o pistolas eléctricas, no las representan. Son instrumentos del caos. De la rapiña y de la explosión de violencia ciudadana.
La mujer, joven o mayor, si entra a laborar en las redes de los grupos criminales, no puede ser considerada victima de feminicidio. Es solo parte del engranaje de una empresa sanguinaria. Donde no respetan la vida ni de ancianos o niños.
El ángel de la desolación se lleva a todos por igual. Esa es su consigna. La cuota de sangre de todos los días.
Vandalizar las calles, los comercios o las iglesias, museos o parabuses, no las exenta de la responsabilidad. Entender el pañuelo verde o la mascada morada, simpatizar con los ideales de deconstruir el proceso histórico.
Comenzar donde debemos hacerlo. En casa, en los círculos sociales y en las instancias gubernamentales. En todo momento y en la hora de la comida, a media tarde o en la noche.
No estar a la expectativa del conteo de daños, con cero detenidas, como cada temporada.