El rojo del poder; de Oaxaca al Vaticano

Sonya Santos DETONA: Ahora que ha muerto el Papa Francisco, las imágenes que recorren el mundo muestran a los cardenales vestidos de rojo:
 Capas, sotanas, mucetas (capa corta), fajines, solideos (pequeña gorra) y ornamentos que contrastan con la sobriedad del luto

No es un color elegido al azar. El rojo en el Vaticano representa la sangre de los mártires, pero también la jerarquía, la solemnidad y el poder.

Lo que pocos saben es que ese rojo vibrante que domina las ceremonias en Roma tiene su origen en un diminuto insecto cultivado en los nopales de Mesoamérica:

La grana cochinilla

Fueron especialmente los zapotecos y mixtecos de Oaxaca quienes desarrollaron un sistema altamente especializado para criarla.

Se trata de una pequeña cochinilla -de ahí su nombre- cuyo cuerpo seco recuerda a diminutos granos.

La palabra grana proviene del latín granum, que significa “grano”, y hace alusión precisamente a esa apariencia.

Este pigmento natural, llevado a Europa por los españoles en el siglo XVI, transformó la forma en que el Viejo Continente representaba la autoridad, el lujo y la fe.

De hecho, durante casi tres siglos fue uno de los productos más valiosos del comercio transatlántico, solo por debajo de la plata.

Su producción era un secreto de Estado español, y los códices precolombinos que lo describían fueron destruidos. 

Su uso se extendió rápidamente entre la realeza, el clero y en los lienzos de grandes artistas, que encontraron en su intensidad cromática un símbolo del poder terrenal y celestial.

Antes de la llegada de la cochinilla americana (Dactylopius coccus), Europa ya teñía ropas de rojo, pero con resultados menos intensos.

Se usaban raíces como la rubia tinctorum o insectos como el kermés, pero ninguno ofrecía la riqueza del carmín mesoamericano.

Fue en los mercados de Tenochtitlán donde los españoles vieron por primera vez este pigmento, ya valorado por los mexicas, y pronto lo convirtieron en una codiciada mercancía colonial.

Tintoreros en Florencia, Lyon, Sevilla y Amberes recibían sacos del polvo rojizo que transformaban en tintes para trajes de la corte, tapices, banderas, así como para libros iluminados e incluso obras maestras del arte sacro.

Los ropajes de los cardenales, en particular, se volvieron sinónimo de ese rojo profundo que no se desteñía fácilmente y cuyo precio elevado lo convertía en un símbolo de opulencia. 

La grana cochinilla teñía los trajes de las cortes europeas, las túnicas de reyes y hasta los emblemáticos uniformes de los oficiales británicos, símbolo de imperio y autoridad.

Cabe apuntar, que el rojo que vemos en los uniformes de los romanos en las películas, en realidad lo más probable es que fueran de un rojo oscuro, arcilloso, algo oxidado, que con el tiempo se volvía marrón rojizo.

En la liturgia católica, el rojo se asocia al Espíritu Santo y a la sangre de los mártires.

Pero también es el color reservado a los cardenales -los "príncipes de la Iglesia"- como señal de su disposición a defender la fe hasta el derramamiento de su sangre.

Con la cochinilla, este mensaje se volvió también visualmente imponente

Durante siglos, los trajes cardenalicios se tenían con este tinte natural proveniente de Oaxaca, Puebla o Tlaxcala, en una cadena comercial que cruzaba océanos y continentes.

Su uso era tan común en Roma que llegó a formar parte del protocolo papal.

Hoy, aunque existen pigmentos sintéticos, el simbolismo permanece, y en los funerales papales se despliega en todo su esplendor.

La historia de la cochinilla es también la historia de cómo un saber indígena -el cultivo y procesamiento de este insecto- fue absorbido y transformado por la economía global.

Aunque su origen fue por siglos ocultado o ignorado por las élites europeas, hoy sabemos que muchas de las imágenes más icónicas del poder en Occidente están teñidas con un rojo que nació en América.

Desde los retratos de nobles hasta las túnicas de los santos, el rojo cochinilla está presente en la memoria visual del mundo moderno.

Su legado, más allá del color, es un recordatorio de que las rutas del poder y del arte pasan también por los caminos del intercambio cultural, muchas veces forzado, entre continentes.

Ahora, en estos días de duelo papal, mientras las cámaras recorren el Vaticano y nos muestran a los cardenales reunidos en la espera de un nuevo pontífice, vale la pena mirar más allá del rito.

Ese rojo que arropa a los grandes del mundo cristiano no solo habla de fe y de poder.

Habla también de una historia teñida -literalmente- por América
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Sonya Santos

Investigadora de gastronomía y cultura. A dictado conferencias y juez de concursos de artesanía. Miembro del patronato del Museo de Arte Popular, Museo Tamayo y Museo José Luis Cuevas. Autora del libro sobre mercados de México: "Pásele Marchanta".