La chismosa ética: un dilema empresarial llamado confidencialidad
Ahora imagina que esa persona trabaja en una empresa, accede a información delicada y tiene acceso a decisiones estratégicas, a la lista de clientes o a los sueldos de los demás… ¿confías en él? Exacto: tampoco yo.
La confidencialidad en el mundo empresarial es como la decencia en una primera cita: si no la tienes, mejor ni te presentes.
El pacto sagrado: más viejo que tu jefe
No estamos hablando de una moda millennial o un invento del área legal para complicarte la vida.
El tema de la confidencialidad tiene raíces que se hunden en la historia, más profundo que los daddy issues de algunos fundadores de startups.
El mismísimo Hipócrates, hace unos 3,000 años, ya había jurado guardar secretos médicos como si fueran la fórmula de la Coca-Cola.
Y lo hacía porque entendía algo que muchos hoy no: cuando alguien te abre la puerta a su información más íntima (ya sea un historial médico o un PowerPoint con proyecciones financieras), lo mínimo que espera es que no lo uses para hacerte el interesante en la posada de la empresa.
Hoy en día, ese principio se mantiene vivo —aunque muchos intenten matarlo lentamente a base de correos reenviados, screenshots indebidos y llamadas "accidentales" al proveedor de la competencia—.
¿Por qué deberías respetar la confidencialidad?
Hablemos de tresrazones que hasta un influencer podría entender:
Porque puedes hacerle daño a terceros.
La información sensible de tus clientes, empleados o socios no te pertenece.
Andar divulgándola sin su consentimiento es tan bajo como abrir sus mensajes de WhatsApp en su cara y luego reclamar por su falta de confianza.
Porque la confianza interna lo es todo.
Si nadie confía en nadie, entonces el trabajo se convierte en una coreografía de paranoia: documentos con contraseña, salas restringidas, cámaras de seguridad en el área de fotocopias…
¿y todo porque alguien no supo cerrar la boca?
Porque lo firmaste, compadre.
Sí, ese contrato que pasaste por alto mientras preguntabas por el aguinaldo incluía una cláusula de confidencialidad.
Así que hacerte el sorprendido cuando te piden que no reveles los secretos del plan estratégico… es de mal gusto.
Pero no todo es blanco o negro
Ahora, tampoco nos pongamos más papas que el papa.
Hay momentos en los que sí se vale romper el silencio. Como cuando la ley te obliga, o cuando no hablar podría significar una tragedia.
Y no, no estoy exagerando.
Por ejemplo, si un compañero de trabajo te confiesa que va a atentar contra el sistema para “darle una lección” a Recursos Humanos, no estás traicionando la confianza al alertar.
Estás previniendo un crimen.
Y si un cliente te cuenta que evadió impuestos por cinco años… bueno, ahí hay que pensar si callar no te convierte en cómplice.
Lo importante es entender que la confidencialidad no es un chaleco antibalas ético.
No te protege de todo ni te exime de tus responsabilidades como ser humano funcional.
¿Y qué pasa cuando cambias de chamba?
Este es el capítulo favorito de los ex empleados vengativos y los cazatalentos sin escrúpulos.
La pregunta es: ¿puedo usar lo que aprendí en mi empresa anterior en mi nuevo trabajo?
Aquí la clave está en distinguir entre conocimiento general y conocimiento específico.
Si aprendiste a liderar equipos, manejar Excel o usar Canva sin ayuda, puedes aplicar eso donde quieras.
Pero si te llevas la base de datos de clientes, el código del sistema o la receta secreta del pay de limón de la cafetería… ahí sí estamos mal.
Te pongo un ejemplo más serio:
- Caso A: Eres ingeniero en una empresa que desarrolló un proceso secreto de manufactura. No lo patentaron, pero lo guardan como si fuera el secreto más grande. Si te cambias de empresa y lo cuentas, básicamente estás vendiendo el alma por una plaza de estacionamiento más cerca de la entrada.
- Caso B: Aprendiste técnicas de gestión de talento que ayudan a retener empleados. Usarlas en tu nuevo trabajo está bien, porque son parte de tu caja de herramientas profesional.
La línea está en lo que es tuyo como profesional… y lo que era de tu exempresa. Lo primero te lo llevas con orgullo. Lo segundo, lo dejas atrás, como ese tóxico al que ya ni saludas.
Calladito, más ético te ves
La confidencialidad no es un obstáculo para el crecimiento, es un filtro de calidad humana.
Ser ético no te hace menos competitivo, te hace más confiable.
Y en un mundo donde la confianza es un activo más valioso que el Bitcoin (y menos volátil), tenerla es una ventaja estratégica.
Así que la próxima vez que sientas ganas de contarle a alguien esa “cosita” que te enteraste en la junta... respira, cuenta hasta diez, y recuerda: lo que pasa en la empresa, se queda en la empresa.
A menos, claro, que quieras ser recordado no como el gran líder... sino como el que no supo cerrar la boca.