Las lágrimas de un rey troyano
Elegía a la orilla del desierto. El 8 de Marzo representa el espectáculo de la sospecha. El encuentro de la mañana política con la noche social. Aromática mezcla para deconstruir la Historia
En los gineceos griegos, la mujer era la rosa no florecida, el color de un árbol de vida. La ilegalidad de un territorio poblado de estrellas.
Romanos, Griegos, Fenicios, Egipcios, Mexicanos, Europeos, Sudamericanos, Africanos, Asiáticos, el extravagante sistema destructivo de reducir a la mujer como objeto.
La lista interminable de personajes perdidos, de mujeres activistas, poetisas, generalas, futbolistas o madres de familia, derriban las murallas de los mitos.
Su figura incandescente añade pleitesía. Llegar a Penélope era el deseo de Ulises. Del perfecto hombre enamorado de su dama y tierra. Tras las batallas victoriosas, se llega a casa.
El 8M acucia la franja de equidad.
En sus actos civiles, en ambos lados de las manifestaciones, hay mujeres. Son idénticas. Detrás de la máscara, pañoleta verde, piolets, encendedores, aerosoles y botas de campaña. Las acompañan, les cuidan, con uniforme, cascos y escudos.
Pasan por alto las primeras, la sororidad de las trabajadoras públicas.
Su rabia es todo contra el sistema.
Los años de pandemia son cocowash para justificar la violencia. Debemos desactivar la colera de los grupos violentos infiltrados en el 8M.
No esperar el recuento de daños. Sino la alegría de manifestarse en libertad. Sin lágrimas derramadas, rociados por spray pimienta o puñales. En ambos lados de la imaginaria frontera femenina.