Regresión al bullying y la violencia no verbal
Para entender mejor por qué la regresión a mi infancia, debo recordar todo aquello que me hizo sentir desafortunadamente impotente al cambiar a mi hijo de una escuela como guardería a una escuela privada, de estándares internacionales y por supuesto de alto nivel educativo, que se refiere a que también exista un nivel social económico de alto nivel, como en el que yo comencé a estudiar en los 80´s.
En esos años no existían muchas opciones de escuelas privadas en San Pedro, y muchas personas de nivel económico alto, querían que sus hijos tuvieran una educación privada, que incluyera como segundo idioma el inglés.
Se cree que el inglés es el lenguaje ideal para que pudiera uno tener mejores oportunidades laborales, y obvio los padres por darle esa oportunidad a sus hijos, los ingresaban en aquel entonces al Colegio Americano, por sus siglas ASFM ( American School Foundation of Monterrey).
Antes este era un colegio que estaba solo cruzando la avenida de la cuadra de mi casa, entre Ricardo Margáin y Gómez Morín.
Había veces que la persona que mi madre había contratado para que estuviese conmigo en todo momento, me llevaba caminando de la mano.
Como no había mucho tráfico, no era tan peligroso, saliendo de la calle Fresnos en la Colonia Santa Engracia.
Como tuve que estar en el hospital y con el tema de los doctores, no recuerdo mucho mi integración en el colegio desde prekínder y kínder.
El nefasto bullying:
Fue hasta primero de primaria que comenzó el arduo camino de la enseñanza en el Colegio Americano, seguido de una serie de maltratos verbales y no verbales, de compañeros, compañeras, maestros e inclusive de algunas de las madres de estos.
Desgraciadamente no fue una transición fácil cambiar a mi hijo de escuela a una de grandes, ya que todos estos recuerdos comenzaron a atormentarme, aunque los seres humanos somos distintos.
Es difícil saber cuando uno quiere proteger al no sobreprotegido, pero a la vez darle su libertad para que obtenga confianza.
Esta es una línea muy delgada, y más a esa edad cuando están en pleno desarrollo de su carácter.
Comparto aquí esté pequeño escrito que le hice llegar a la directora de la escuela de mi hijo, recordándole lo que yo pasé a su edad viendo lo que le estaba sucediendo, que con el corazón abierto lo hago público, dirigido a aquellas madres que se sienten incomprendidas por experiencias que les sucedieron en el pasado y temen que sean repetidas, o les estén sucediendo, porque no queremos que los hijos sufran lo que nosotras.
Estimada directora del Colegio:
Cómo han pasado los años desde que estuve en el Colegio Americano.
Sé que conoce a mi familia, a mi marido y a mi suegra, que fue mi maestra de tercero de primaria, pero no tuve el gusto de conocerla a usted.
Parece que fue ayer que estábamos en primaria los tres en el Colegio que fue de los primeros en Monterrey que ofrecía la educación bilingüe.
Desgraciadamente sufrí en ese colegio bullying por parte de alumnos, maestros y algunas madres de mis excompañeros.
El primer incidente marcó mi vida en esta misma institución y gracias a muchos años de terapia, ya la tengo resuelta.
Pero quisiera contarle que, cuando tuve mi operación por un implante uréter bilateral, no podía ir al colegio porque estuve internada durante por varios meses y después por indicaciones médicas, dando aviso a los maestros que no podía sostener las ganas de ir al baño.
En primero de primaria, la maestra, Miss Casas, en 1987, no me dejaba ir al baño, a pesar de contar con una carta del médico con las indicaciones que en el momento que necesitara ir, se me diera el permiso para hacerlo.
Recuerdo como si fuera ayer cuando Miss Casas me dijo que hasta que acabara mi trabajo me dejaba ir al baño.
Recuerdo que apurada en terminar de pintar aquello que nos dijeron a los alumnos que hiciéramos, entregué mi trabajo, y me apresuré en ir al baño.
Como pude abrí los botones de aquellos overoles Osh Kosch, que se sujetaban en los hombros.
No alcancé a quitarme el overol y terminé orinándome en mí misma.
Tuvieron que llevarme a la enfermería para que pasaran por mí.
Tiempo después me dio neumonía y tuve que volver a ausentarme del colegio por varios meses.
Desde entonces tuve que tomar clases especiales de tutoreo todos los días para no retrasarme en el colegio.
Además, tuve que asistir con una psicóloga para prevenir lo que mi madre en aquel entonces pensaba que era lo correcto y por supuesto estaba de moda en los 80s:
La “post depresión por internamiento hospitalario” o algo que le llamaban parecido.
No entendía porque tenía que ir a un consultorio a jugar con una mujer que me ofrecía palomitas recién hechas, a platicar mientras sacaba algún juego de mesa, mientras me entretenía, haciéndome preguntas sobre mi día, mis experiencias, cómo me sentía, mi familia, mi entorno, entre otras cosas.
A pesar de eso, el bullying entre alumnos y maestras seguía en el colegio, a tal grado que, en quinto de primaria, a mitad de año, mi papá decidió cambiarme de escuela, ya que siempre me la pasaba regañada por alguna razón.
La mayoría de las veces era por no poner atención o por hablar durante la clase.
En quinto casi no tuve recreo, ya que, como en todas partes, se sigue dando el mentado bullying, y como dicen: crea fama y échate a dormir.
Lo único que me ha ayudado a remediar 22 años de terapia por el bullying que sufrí en el colegio y a avanzar dejando atrás mis problemas y estigmas, ha sido enfocarme en mis estudios y trabajo, sin hacerle daño a nadie ni meterme con nadie.
Esto me sirvió para salir adelante y encontré en los libros, en el aprendizaje y en el deporte una gran motivación para olvidarme de los malos momentos que viví durante mi infancia.