SCJN nos ha librado de la desgracia, lo hará en los próximos 200 años
La ministra presidenta Norma Lucía Piña Hernández recordó: “Los desafíos históricos que ha enfrentado el máximo tribunal en su relación con los otros poderes del Estado”.
Así mismo dijo:
“En distintos momentos, la Corte ha tenido que tomar decisiones que la han llevado a confrontaciones, mientras que en otros ha cedido para evitar tensiones”.
En esta ceremonia estuvieron los ministros Javier Laynez Potisek y Jorge Mario Pardo Rebolledo, así como por el historiador Rafael Estrada Michel, ministros, magistrados, jueces y miembros del Poder Judicial, se notó la ausencia de las ministras Batres, Esquivel y Ortiz.
Piña Hernández enfatizó:
“La importancia de la independencia judicial en la búsqueda de justicia que implica superar obstáculos impuestos por quienes diseñan leyes desde posiciones de poder o se benefician de la injusticia”.
También intervino Rafael Estrada Michel en su calidad de historiador y jurista, quien nos llevó por los 200 años de historia de la SCJN.
Estrada Michel dijo: en 1813, Morelos con su idea de que ante la ley que sea injusta o no practicable, es decir, refiriéndonos a los Sentimientos de la Nación en su numeral 12, ante la buena ley que deje de serlo y que por lo tanto ya no sea superior a todo hombre porque se haya violado aquello de que “las que dicte nuestro Congreso han de ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la indigencia y la opulencia y de tal suerte aumente el jornal del pobre que alejen la ignorancia, la rapiña y el hurto, mejorando las costumbres”.
En su disertación, Estrada enfatiza:
“En marzo de 1825, surgió la Suprema Corte de Justicia de la Nación mexicana. De la “nación”, que no de la “federación”, como si se anticipará que tendría prontamente una jurisdicción constitucional como la que había soñado Morelos, como consecuencia de ello, tendríamos tribunales en las entonces diecinueve entidades federativas: tribunales superiores en los que fenecerían las causas hasta su última instancia, y tendríamos un tribunal superior para la materia federal”.
Estrada nos hizo recordar que:
“La Justicia constitucional, que es justicia crítica y complejizante, se ha sabido levantar siempre con autoridad frente a sus detractores, lo mismo frente a los López de Santa Anna y a los Anastasio Bustamante en 1841, que frente a quienes culpan al Ministro presidente de esta Corte y por valor y azares del destino Presidente de la República en la más oscura de nuestras horas, Manuel de la Peña y Peña, del desastre de 1847, que aquellos que en 1869 pretendieron incoar juicio político a los ministros -ya sabemos que ahora exportamos esta bonita tradición- que cumplían su deber con ocasión del surgimiento del Amparo judicial. A Ignacio Ramírez se debe, como ha probado Pablo Mijangos, la mejor defensa de esa Justicia constitucional, y nadie podría tildarlo con honestidad de reaccionario ni aun de moderado: era nuestro Nigromante, ministro de esta alta Corte”.
El historiador y jurista Estrada repaso en su discurso que:
“A raíz de la aplicación de la Constitución de 1857, la Corte se colmó de funcionarios electos democráticamente, sin exigirles siquiera que exhibieron un título profesional, sino sólo que, “a juicio de los electores”, poseyeran conocimientos suficientes de Derecho. ¿De quién podían ser mandatarios los altos jueces de la República? ¿Cómo sería su mandato? ¿Representativo o imperativo? Pronto, por desgracia, la dictadura militar nos mostró que la auténtica Justicia no vota ni se deja representar. Con todo, si algo bueno tuvo la Corte del general Díaz, él mismo electo ministro sin ser abogado, lo tuvo gracias a la excelencia en la formación y al temple de sus miembros, como destacó célebremente don Daniel Cosío Villegas”.
Ante los retos de aquella época como en los que estamos viviendo, Estrada dice:
“Hoy como entonces la responsabilidad recae en las escuelas de Derecho, que están llamadas a formar en la excelencia y la valentía a los émulos de Pascual Ortiz de Ayala, de Silvestre Moreno Cora, de Alberto Vásquez del Mercado, fiera, temerariamente llenos de autoridad, impermeables a la postración, reacios a disciplinarse, reacios también a ponerse de hinojos frente al poder, cualquiera que éste sea. Sólo la excelencia en la formación, como la hubo en la República Restaurada y -hay que decirlo-, también en el Porfiriato, nos puede llevar a ese escenario ideal de perfiles a un tiempo técnicamente eficaces y éticamente impecables”.
En aquellos años Rafael Estrada comenta:
“La Constitución, en efecto, había sustituido el sistema de elección popular de juzgadores, tan acertada y crudamente criticada por Rabasa, por un esquema asaz federalista que hoy, tras la interrupción suscitada en el obregonismo, haríamos bien en repensar. Las legislaturas locales proponían y el Congreso de la Unión -ese sí representante directo del pueblo mexicano- decidía. Carranza pensó que, con ello, al fin, el Poder Judicial se libraría”.
Es imposible mencionar que en esos años se vivía en un ambiente de violencia muy severo, por eso Estrada Michel nos recuerda:
“No importa: causa que tiene mártires es causa que triunfa. Carranza lo tenía claro”.
Ante esos hechos históricos y lo que hoy vive nuestro país. Estrada enfatiza:
“Una Corte legítima y autorizada impide la zozobra del Derecho en los procelosos mares, de la politiquería más ramplona. El secreto es: diligencia, eficacia y autoridad. No estamos descubriendo el hilo negro ni el Mediterráneo, pero exigimos que se tome en cuenta en sede constituyente. Diligencia, eficacia y autoridad, no demagogia, no apelaciones facilonas a una voluntad que se supone, se presume y las más de las veces se impone”.
Rafael Estrada cierra su intervención, diciendo: