Opinión

Sopa de tortilla (y otras vergüenzas deliciosas)

Roberto Echeverría Venegas DETONA: Todos tenemos uno. Ese platillo que no se dice en voz alta, que no subimos a Instagram, que rara vez pedimos en un restaurante… pero que, cuando estamos solos o con la gente de confianza, nos hace sonreír desde la primera mordida.
El mío es la sopa de tortilla.

Sí, esa.

  • Roja, espesa, con tiritas de tortilla frita flotando como náufragos felices, queso fresco derritiéndose de a poco, y si hay suerte, un toque de chile pasilla.
  • No hay nada sofisticado ahí.
  • No es exótica, no tiene espuma de nada ni reinterpretaciones moleculares.
  • Pero cada vez que la como, me siento en casa.
  • Aunque esté lejos.  

Es curioso cómo los platillos más íntimos no suelen ser los más elaborados, sino los más sencillos.

Y también los más juzgados.

Porque vivimos tiempos donde el gusto se ha vuelto público, medible y, muchas veces, aspiracional.

Parece que comer debe ser siempre una declaración estética, ética o cultural.

Pero ¿qué pasa con lo que simplemente nos hace bien, aunque no sea bonito ni correcto?

La comida tiene memoria.

Y muchos de estos “gustos culposos” no son solo combinaciones arbitrarias, sino atajos emocionales a una infancia, una casa, una tarde sin preocupaciones. 

  • La sopa Maruchan con limón.
  • El pan con leche.
  • El chicharrón prensado en tortilla de harina. 
  • La pizza fría al día siguiente.

Hay algo profundamente humano en esos platos sin pretensiones.

Claro, es fácil avergonzarse

Vivimos rodeados de recomendaciones, etiquetas, cuentas de chefs y foodies que nos dicen qué deberíamos estar comiendo.

Pero cada vez me convenzo más de que nuestras verdaderas pasiones culinarias no están en las listas de “lo mejor del  año”, sino en lo que cocinamos sin querer impresionar a nadie.

Quizás, entonces, no deberíamos avergonzarnos.

Deberíamos celebrarlo. Invitar a alguien a compartir esa mezcla rara, ese antojo inexplicable.

Porque en un mundo que  insiste en la imagen, cocinar y comer algo solo porque nos gusta —sin explicación, sin  contexto, sin justificación— es casi un acto de libertad.  

Así que sí, este es un homenaje a la sopa de tortilla.

Y a todo lo que no sale en la carta, pero se queda en la memoria. ¡Salud! 
Conocer, es no excederse.