“El amor tiene cara de mujer”. -Nené Cascallar
Por otro lado, recibir amor es una acción de mucho mayor calidad humana, pero de menor compromiso.
En base a estas premisas, el amor más grande que puede existir es el materno, sin demeritar todos los otros tipos de amor que pudieran existir, el cual también, por muchos mecanismos, es el encargado del instinto materno, que tanta relevancia ha tenido en la evolución de la humanidad.
Por eso resulta tan interesante analizar la expresividad que logró Miguel Ángel Buonarroti en su escultura sobre la piedad, gracias al talento inigualable que tuvo durante su vida.
Y con el mismo que logró impactar a la humanidad entera con la mirada de David antes de lanzarle la piedra a Goliat.
O la actitud de Moisés después de ver que su pueblo fabricó un becerro de oro.
Tan impactante fue esta segunda para Miguel Ángel, que tuvo que esculpirle cuernos para que no tuviera divinidad lo que habían hecho sus propias manos.
La escultura de Miguel Ángel sobre la piedad nos hace entender el verdadero amor, el de una madre por sus hijos, mismo que existe desde el momento que el óvulo fecundado se implanta en la matriz de una mujer.
Ya que en ese momento se desdoblan genes específicos en las células de la mujer para prepararse para el embarazo.
Mismos que liberan varias sustancias químicas, neurotransmisoras y hormonales en todo el torrente sanguíneo, incluyendo a la que se detecta en la orina de la mujer en cuestión para diagnosticar embarazo temprano.
Modifican a las mujeres que acaban de ser embarazadas, por eso el aborto debería ser tan controversial, porque desde el inicio del embarazo, desde que el óvulo fecundado se anida en la mujer, repito, todo su cuerpo, su mente, sus hormonas, sus neurotransmisores, toda su química sanguínea y, hasta su alma, se preparan para ser madre, física y genéticamente.
Por eso resulta interesante analizar la canción del filósofo, más que autor o cantante, Ricardo Arjona, intitulada: “Llevas una estrella en tu vientre”, desde todos los ángulos posibles.