Fuerza femenina mitiga la discapacidad

La parte más incapacitante de la discapacidad, más allá de las limitantes físicas o cognitivas, son las barreras sociales que levantan los “normales” y que nos etiquetan como no aptos para muchísimas actividades.
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Cuando me quedé ciego a causa de una leucemia, a los 6 años, mis padres respondieron de forma extraordinaria. Sin embargo, la fuerza que emanaba de ambos era distinta.

 La fuerza que percibía de mi padre era más estable y sólida, como una roca confiable que difícilmente se va a desgajar.

En cambio, la fuerza de mi madre era vibrante, fluida, incluso algo volátil. Su fuerza fue, a largo plazo, una sustancia mucho más maleable y transformadora.

Mi padre buscaba estabilidad para mí, una rutina donde yo me sintiera protegido. Cuando salíamos a la calle, me pasaba el brazo por los hombros cuando caminábamos y me cuidaba de cualquier tropezón, y siempre que yo quería ir a un lugar, él estaba para acompañarme.

Mi madre no se cansaba de darme empujoncitos. SI yo quería ir a la tienda a comprar algo, insistía en que fuera yo solo; fue ella quien me instó para que utilizara el transporte público y pudiera llegar hasta la escuela de forma independiente.

MI MADRE Y SU FUERZA TRANSFORMADORA

Mi madre apostaba por una fuerza más inestable, volátil y riesgosa; era la fuerza de la transformación, un chorro incesante de amor por el cambio.

Alguna vez ambos me dijeron, que llegaría el día en que ellos ya no estarían conmigo, y por lo tanto yo tendría que saber valerme por mí mismo, y demostrar que tenía las mismas capacidades, o incluso más que las personas normovisuales.

La fuerza que sembró más semillas para ese futuro que ya llegó fue la fuerza femenina de mi madre. Ninguno ha muerto, pero no ha sido necesario esperar hasta ese momento: mi madre vive con un alzhéimer muy avanzado y mi padre, a sus 73 años, ya no puede mantenerse como la roca estable de antaño.

Uno de los estudios más serios e importantes que se han hecho sobre la discapacidad es “the umpopular truth about biases toward people with disabilities“ de la universidad de Michigan State.

Este estudio reveló que las mujeres son menos proclives a generar sesgos implícitos hacia las personas con discapacidad, pensamientos y emociones automáticos, difíciles de controlar, regular o suprimir.

SON MÁS COMPASIVAS

En general, el estudio demuestra que las mujeres tienen mayor grado de compasión hacia grupos estigmatizados, y que poseen mayor receptividad hacia las personas que consideran pueden necesitar ayuda.

Los sesgos implícitos son los bloques de los cuales se construyen las barreras sociales.

Digamos entonces que las mujeres tienen menos de ese material para levantar barreras sociales y más del material necesario para crear transformación, capacidad e igualdad.

Pepe Macías

Maestro en psicología organizacional y Coach. Vive con ceguera desde los 6 años debido a la leucemia. Es colaborador de Dialogue Social Enterprise en Hamburgo, Alemania, empresa matriz de Diálogo en la Oscuridad, y una de las empresas sociales pioneras y más reconocidas de Europa. Durante 10 años ha impartido capacitación en más de 15 países en todos los continentes. Pepe es escritor en sus ratos libres. Durante una etapa de depresión, descubrió que escribir disuelve los laberintos mentales, cura el espíritu y aceita las neuronas. “Escribo lo que veo cuando los ojos no funcionan”.

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