Gracias, Santa Catarina
Estudiaba en la Prepa 15 Florida cuando fui a Santa Catarina por primera vez.
La familia de Vicky, una amiga con la que actuaba en la Secu # 36 Dr. David Peña, se había hecho de un terreno en La Concordia, en La Fama.
Era una cooperativa y los futuros propietarios aportaban la mano de obra. Como la morra me gustaba fui con ella un par de veces a la talacha.
En 1986 me establecí de manera definitiva en La Fama. Había ganado un año antes el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Autónoma de Zacatecas, hoy Ramón López Velarde, con Estas calles de abril.
Ana y yo nos habíamos casado en diciembre y con los 500 mil de entonces compramos los muebles y nos establecimos por Manuel M. del Llano, en el centro de Monterrey.
Recuerdo muy bien las palabras de Óscar Oliva, uno de los jurados, durante la entrega del premio: “Lo peor que puede hacer un poeta que se gana un premio es casarse”.
No sé por qué lo dijo, yo no le había comentado a nadie de mis planes, salvo a mi familia. No le hice caso.
Con un cheque de mis artículos en el suplemento “Ensayo” de El Norte enganchamos una casa en Campania, Santa Catarina, en unos terrenos que antes eran basureros.
Yo trabajaba en el sindicato de la UANL. Me encantaba vivir en el centro porque los bares me quedaban cerca y mi trabajo también.
Cuando fuimos a ver las casas pasamos por unos maizales verdes y frondosos donde hoy es Soriana La Fama, a un lado de la John Deere.
Sin pensarlo mucho hice un comentario mamón. Y pendejo: “Mira dónde vamos a vivir, aquí todavía siembran maíz.”
El comentario era de tarjeta roja, sobre todo viniendo de alguien que lo único que conoció en su niñez fue el campo; primero el potosino y después el tamaulipeco.
Poco faltó para que Ana, cuyo padre había sido obrero de la antigua Fábrica de Hilados y Tejidos La Fama, y que había nacido ahí, me pidiera el divorcio.
La Fama era una congregación, un conjunto de varias colonias dividido por las ruinas de una atarjea, por donde anteriormente pasaba el agua.
Nada que ver con las Famas II, III y IV que surgieron después en las faldas del Cerro de las Mitras. Cuando el poeta Ricardo Yáñez viajaba de la Ciudad de México a dar sus talleres a San Pedro y Monterrey, se hospedaba en nuestra casa de Campania.
“Lléveme rapidito al centro de la fama”, les decía a los taxistas, en un juego cómplice que mezclaba el éxito de la palabra con el nombre del lugar.
Archivo de la memoria
Ahí nacieron Ayax en 1989 y Ulises en 1993. Ayax en Gine y Ulises en el Hospital Municipal.
Ana se empeñó en que uno de los dos naciera ahí por el arraigo a la tierra. Yo estuve a punto de derrumbar la puerta cuando oía los quejidos a causa del parto.
Pensaba que la asistían sin anestesia o que algo había salido mal. Afortunadamente todo estaba bajo control. Me calmé cuando oí los chillidos de Ulises.
Ana venía del PSUM. Yo de Tierra y Libertad. Por esas fechas me afilié al PMS y luego al PRD.
La casa donde ahora vive Ulises fue por mucho tiempo casa de campaña de la oposición, en tierras donde el PRI tuvo el mando por muchos años y el PAN se lo arrebató.
Desde ahí participamos en las campañas de Cárdenas y en dos de López Obrador. Eran tiempos en que los gastos de las campañas se hacían con las uñas y salía de los bolsillos de los militantes.
Los hijos crecieron con la casa tomada por medio mundo, entre pintura para bardas, mantas y propaganda.
Con un grupo de entusiastas fameños fundamos el COPAC (Consejo para la Cultura y las Artes de Santa Catarina, A. C.), en tiempos de la primera alcaldesa panista: Tere García de Sepúlveda.
El siguiente alcalde fue Atanasio González Puente, quien me invitó a dirigir el Archivo Histórico de Santa Catarina.
Todo estaba por hacerse. Pero con el apoyo de amigos como Héctor Jaime Treviño Villarreal, del Archivo General del Estado, logramos darle orden y cobijo a documentos que databan de 1635.
Con Tacho recorrimos rancherías, fundamos el Consejo de la Crónica y hasta rescatamos unos huesos de mamut que hoy se exhiben en el Museo El Blanqueo.
Con Arturo Ayala pasé a dirigir la cultura en el municipio. Había mucho que hacer. Rescatar el Castillo, la Casa del doctor Eduardo Aguirre Pequeño en la Huasteca, fortalecer los centros de desarrollo, las bibliotecas y hasta darles mantenimiento a las albercas y fomentar el deporte.
La joya de la corona fue el rescate de El Blanqueo en la colonia Montenegro, con el respaldo de los industriales del poniente.
Con Arturo se avanzó en la parte legal y ya en la administración de Páez, en la que me dieron las gracias, concretaron lo que se convirtió en el Museo El Blanqueo.
Regresé al Cabildo cuando me dieron la medalla al mérito en el rubro artístico. Volví como asesor cultural con Víctor Pérez, en contubernio con el amigo Gerson Gómez, pero ya no fue lo mismo. Víctor tenía voluntad y era de palabra, pero con los mandos medios era otra cosa. Y no se pudo trabajar.
Nosotros los de entonces…
No sé si en realidad todo tiempo pasado haya sido mejor. Después de poco más de 20 años de matrimonio Ana y yo tomamos rumbos distintos.
En ese inter Ayax y Ulises crecieron. Ayax se fue a la UNAM y muy de vez en cuando vuelve. Ulises terminó Artes Visuales, hizo sus viajes a Japón y volvió a Campania. Ana se fue a Estados Unidos. Yo a todas partes.
Ahora que la vacuna del Covid 19 llegó a Santa Catarina y recibí mi primera dosis en las instalaciones de la Prepa 23 de la UANL, donde estudiaron mis hijos, que vi todo organizado y sentí un trato digno y humano, a unos días del abril de mi siguiente cumpleaños, lo menos que puedo decir es