La pandemia y yo, aquí, esperando a la vacuna
Una bacteria que vista al microscopio tiene un aspecto de singular belleza nos pone contra la espada y la pared. Nos arrima una chinga bien y bonito y de pilón nos da una lección de vida . Es el mal del siglo. ¿A poco creíamos que éramos inmunes y eternos?
Por estos días se cumple un año de rotunda de sombra y golpes de ciego. En marzo del año pasado terminábamos UANLeer 2020 y muchos pensamos que nos íbamos a casa por un par de semanas.
Seguimos ahí, dándonos de topes con las clases virtuales, saliendo lo menos posible, intentando no colapsar.
Durante este tiempo hemos visto medidas sanitarias de dudosa calidad, políticas de salud en las que los seres humanos parecemos conejillos de India y no seres pensantes. Negligencias. Sufrido bajas irremediables.
UANLEER 2021 Y SEGUIMOS ACORRALADOS
Viene la primera feria virtual del libro, UANLeer 2021, con una oferta cultural única. Y seguimos acorralados. Quince días se convirtieron en un mes y luego en un año. Somos la viva imagen de una máscara.
Suelo pedirles a mis alumnos un texto escrito con el tema “El coronavirus y yo”. En una o dos páginas cuentan, a veces en forma lúcida, inteligente y cauta, la manera en que han salido delante de este mal. Al principio todo era como un juego. Vacaciones o un receso. Luego el sueño termina convirtiéndose en pesadilla.
Mis alumnos tienen entre 17-19 años. Es decir, son un germen de vida. Algunos reflexionan con madurez inédita sobre el tema. Unos lo hacen con torpeza, otros descubren su habilidad para la escritura y otros seguramente me rayan la madre por hacerlos pensar.
Pero soy necio. Me gusta esa experiencia compartida de buscar música hasta en las piedras. Hay demasiados zombis y bultos en la vida y me resisto a que mis alumnos se sumen a la multitud silenciosa que acepta las cosas sin chistar, dice sí a todo y pone la cabeza dócilmente para que el sistema se la corte.
Y LA VACUNA NO LLEGA
Ni sé si la pandemia nos enseña a ser mejores o peores. Sólo que personas cercanas y lejanas se han ido con su música a otra parte, que registré a mi madre de 86, a un tío de 98 y al arriba firmante y que la vacuna no llega.
Que he viajado -en plena pandemia-varias veces con mis poemas a Perú, Colombia, España, China, Estados Unidos, Chile y a otras dimensiones sin necesidad de tomar un avión, permanecer horas en una sala de espera, mirar a los ojos a alguien o dar un abrazo.
No lo lamento, aunque prefiero la vida real a la virtual. Y la calle al confinamiento. Sé que la vacuna no es una tabla de salvación. Quizá sea una quimera o la Isla de Nunca Jamás. Yo creo que permite al menos una tregua, un jalón de aire para seguirnos destruyendo mejor.
Mis alumnos desplazan sus ideas con titubeos. Citan a García Márquez, se quejan, se dan ánimo entre ellos.
Hay casos en los que todos en casa se han contagiado. Algunos han perdido a seres cercanos, vecinos y amigos queridos. Pero sobre todo se han enfrentado a su propio espejo.