Las mujeres ayudan a erradicar la corrupción
Alrededor del mundo, más allá de la pandemia, la agenda pública se encuentra dominada por dos temas que ofenden y lesionan la convivencia social: la corrupción y la desigualdad, esta última podría abordarse de forma global; sin embargo, ello dispersa la necesidad de reconocer que nuestra sociedad es un colectivo que se caracteriza por tener enormes diferencias en cada uno de sus ámbitos, pobreza, clasismo, racismo, acceso a la justicia y sobre todo desigualdad de género.
La desigualdad de género es un tema que se ha insertado, afortunadamente, para exponer las diferencias en el trato que dividen a las mujeres y los hombres, distintas manifestaciones y pronunciamientos que han alcanzado visibilidad son relevantes para colocar en el imaginario social conceptos como feminicidio, violencia doméstica, misoginia, techo de cristal, suelo pegajoso y la necesidad de construir un lenguaje incluyente se incorporan cada vez más al vocabulario y conversación y debates públicos.
En este sentido, la corrupción también ha recuperado notoriedad, ello derivado de la desigualdad económica, la pobreza y falta de oportunidades para alcanzar mejores condiciones de vida. Cada día se hace más intolerable la forma en como la riqueza generada sólo se acumula en unas pocas manos y muchas veces esta concentración es derivada de acuerdos ilegales y actos de corrupción.
Dentro de esta agenda, desde hace algunos años se ha mencionado que la incorporación de mujeres a puestos de mando y alta responsabilidad y perfil, pueden representar un aliento estratégico para combatir decisivamente con la corrupción.
Al respecto, se han realizado algunas investigaciones, buscando evidencia que permita afirmar que las mujeres son menos corruptas, sin que ello suponga una condición de género. Entre estos documentos sobresale el elaborado por las investigadoras Adriana Greaves y Estefanía Medina, quienes publicaron un artículo titulado: “Las mujeres, ¿la kryptonita contra la corrupción?”, en donde presentan algunas reflexiones entorno a la condición de las mujeres y su rechazo aincurrir en actos de corrupción.
Las investigadoras son cuidadosas al señalar que las condiciones que hacen de las mujeres personas menos dispuestas a incurrir en actos de corrupción no derivan de una condición de género, como se mencionó con anterioridad; por el contrario, indican que esta condición es resultado de que las mujeres históricamente sufren y padecen la corrupción en mayor grado; es decir, no se trata únicamente de que la corrupción las ha afectado y les ha impedido su desarrollo, sino que aprovechando su condición de vulnerabilidad permanente las expone más a sufrir actos de corrupción para exigir o acceder al ejercicio de sus derechos y garantías.
Por otro lado, existen elementos de su desarrollo y desempeño que las ha orillado a refrendar constantemente sus puestos de alta dirección, que las ha obligado a ser más cuidadosas y detallistas en sus productos y entregables profesionales, además de que son observadas, evaluadas y sometidas a un mayor escrutinio público.
No obstante, existen algunos estudios que indican que no existe evidencia científica que señalen que las mujeres son menos corruptas que sus pares hombres.
Las investigadoras convalidan esta aseveración, hace unos años el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en su dirección de América Latina, indicó que si bien el número de actos de corrupción es sustancialmente menor en el caso de las mujeres, también eso se debe a que las mujeres ocupan un significativo menor número de puestos de dirección; es decir, el techo de cristal y la resistencia a otorgar puestos de alto perfil a las mujeres también impiden que exista una evaluación y revisión más robusta al respecto.
Es muy probable que, la incorporación de un mayor número de mujeres a puestos de alta dirección muestren mejores resultados en el combate a la corrupción; sin embargo, antes que ello, es necesario fortalecer las instituciones y las estructuras jurídicas que reduzcan el nivel de discrecionalidad e impunidad e inhiban la concurrencia de estos eventos.
La corrupción es un mal global; aspirar a su erradicación demanda compromiso, responsabilidad y un robusto catálogo de valores ético-morales, pero antes que un fenómeno de voluntad, su erradicación debe descansar en sólidas reglas y sanciones ejemplares a quienes desde puestos de decisión, aprovechan su discrecionalidad para obtener beneficios privados.