Mocorito Sinaloense le da en la madre a la magia de Santiago, NL
Mi pareja se puso guapo y quiso que saliéramos a comer a algún lugar del pueblo mágico de Santiago, Nuevo León.
Conocemos ahí lugares de todos tipos pero por andar de novedosos quisimos ir a uno donde nunca habíamos comido.
Si les paso su dirección no es para que vayan, sino para que le saquen la vuelta, porque la mala experiencia comienza desde que quieres estacionarte en uno de los cajones del estacionamiento que están vacíos, pero con conos para que a huevo dejes tu nave en manos del valet parking: Carretera Nacional número 196, pegado a la Presa La Boca.
Al final de mi crónica les voy a completar el resto de esa primera mala experiencia, no coman ansias...
La verdad, ni coman lo que van a pedir, porque al final de cuentas, si no hay lo que ustedes ordenan, no se preocupen, los meseros les van a llevar otra opción sin preguntarles si apetecen eso.
Me voy a explicar:
Mi pareja pidió tacos de arrachera -jejeje, así es él de contreritas, pues es un lugar de mariscos- en TORTILLAS DE HARINA.
Cuando el mesero se presentó con la orden le dijo: "No había tortillas de harina, pero le traje de maíz".
Era para decirle: "óyeme, cabrito ¿y qué tal si no puedo comer o no se me antojan las de maíz?"
Pero obvio, no se lo dijimos. Mi pareja, que es muy tranquilo, se los comió sin chistar, pero dejó uno y yo que soy medio glotona, después de dar cuenta de un coctel de camarones de sabor estándard, le entré al huerfanito.
La carne estaba suave, pero me daban ganas de hacer lo que mi adorado tormento de pronto hace con algunos capitanes: les dice: "por favor, felicitaciones al chef, porque logró lo imposible".
Entonces, el despistado capitán hasta las gracias le da y a continuación, mi pareja le dice: "Sí, logró lo imposible, el platillo SABE A NADA".
Y a ingerir tubérculo poblano con risitas de "¿qué me habrá querido decir"?
Esta vez no le dijo eso al presuroso y oficioso mesero que estuvo encima de nosotros cuando llegamos, porque había nada más tres meses ocupadas.
Le pedimos dos coca colas sin azúcar y nos llevó regular.
Otra vez, mi acompañante se tomó la suya pero yo sí le dije que había pedido una sin azúcar.
Y entonces respondió: "Qué raro, yo entendí regular, pero no se preocupe, ahorita le traigo la sin azúcar".... y terminó llevando una light, que no es lo mismo, pero ya no quise armársela.
Cada diez minutos se nos aparecía: "¿Todo bien?", "¿se les ofrece algo?"
Hasta el capitán se nos presentó para decirnos que cualquier cosa que se nos ofreciera, estaba a nuestras órdenes. Es que el lugar seguía semi vacío.
Cuando en un restaurant hacen alarde de ocuparse de los superfluo -como hacérsele presente al comensal a cada rato- es que fallan en lo básico.
Olvidé comentar aquí que cuando fui a lavarme las manos al baño, me embadurné del gel antibacterial que había en el lavabo y al abrir la llave ¡no había agua!
Así, con las manos embadurnadas salí a la caja y les dije que no salía agua del grifo.
Entonces, cogieron una jarra y me pidieron que usara esa poquita que quedaba para enjuagarme las manos.
Lo paradógico es que en El Mocorito Sinaloense, al lado de la rebalsada Presa La Boca y un día después de que cesaron los aguaceros de la tormenta ¡NO TENÍAN AGUA!
Como dijo el grafitero que le pintarrajeó su tenecito maya al presidente:
Desde que llegamos platicamos a gritos, porque la música es estridente diamadre.
Siendo sinaloense, tocaban música norteña del Palomo y el Gorrión, pero a gritos.
Supimos que en este lugar hay música en vivo, pero si con la grabada joden los tímpanos de los comensales, no quiero saber qué pasa cuando tocan ahí los Montañeses del Alamo.
Terminamos de comer y comenzamos a pedir -a gritos- la cuenta.
Sí, a gritos y usando el lenguaje de las señas porque el mesero, el capitán, el chef, los garroteros y los pinches -ayudantes de cocina, no vayan a pensar mal- brillaron por su ausencia.
Hasta que la paciencia de mi pareja se agotó, me tomó de la mano y yo, bien mansita como soy, le seguí hasta la caja, donde le dijo a una persona uniformada con los colores del Moco...rito: "¿Usted es el gerente?"
- "No señor, soy el capitán", respondió el abordado interfecto.
- "¿Pues aunque sea el teniente coronel, ¿me hace el favor de darnos la cuenta?"
En eso se aparece el mesero que primero nos atendió y luego nos mandó al rancho de López Obrador.
- "Yo les cobro", y que saca su cartera y empieza a barajar sus billetes para darnos el cambio.
- "¿No tienen cajero?", pregunté, ya con miedo y resquemor.
- "No, aquí en el Moco...rito nosotros mismos cobramos. ¿Quiere una terminal?", preguntó.
- "¡Ni lo mande el Dios de Spinoza!", respondí trémula. "Mejor pagamos en efectivo".
Mi pareja le ofreció un billete y le pidió el cambio, ¡pero el mesero no completaba!
Y ni cómo pedirle a otro mesero que le ayudara con su propia cartera, porque -repito- en el Moco... rito no hay cajero.
A duras penas terminó ese proceso y cuando vio cuánto le estábamos dejando de propina, preguntó: "¿Y la propina?"
Pues ahí la tienes, gracias por tus servicios.
El complemento de nuestra experiencia con el valet parking se los cuento en seguida:
Pedimos la nave y uno de los cinco encargados (el Moco...rito tiene más valets parking que meseros, me cae) activó la alarma y ¡Oh, sorpresa! el carro estaba a tres metros de la puerta, en uno de los espacios que al llegar tenían conos.
Mi pareja le ofreció un billete de $20 y cuando esperaba las gracias del valet, recibió un reclamo: "Son $50".
"¿¡Qué!?", exclamó ahora sí medio encabronado mi mero mero.
Total, mala experiencia por todos lados.
Lo bueno es que el pueblo mágico de Santiago tiene muchísimas cosas bellas qué visitar, pero lo que es Moco...rito Sinaloense, de plano, no se los recomiendo, porque lugares como éste le dan en la madre a la magia de cualquier lugar, no nada más de este pueblo.
- Les paso el correo de mi jefe por si tienen algún reclamo, sugerencia "u" lo que sea.
-
placido@detona.com
- El mío no se los doy, porque mi pareja es medio celosín...