Claudia, la sumisa
Claudia Sheinbaum tiene el cargo, la oficina y la banda, pero no el poder.
Mientras que López Obrador sigue tirando de los hilos, a la presidenta solo le queda la forma, imprimir tímidamente su estilo personal a lo dispuesto por su mentor, antecesor y padre político. Sigue a la sombra del caudillo.
Quizá acostumbrada al papel de subordinada, necesitada de la aprobación y apapacho del superior, Sheinbaum parece huérfana en su afán de sentirse arropada.
Ello explicaría esa búsqueda de unidad.
No le es suficiente contar con el Congreso, la gran mayoría de los gobernadores y una elevada popularidad, sino que además quiere el sostén opositor, aunque sea simbólico, a su lado.
Como su antecesor, la presidenta parece estarle agarrando el gusto a los baños de pueblo, por artificiales que estos sean.
La ocurrencia de la manifestación en el Zócalo capitalino muestra a una persona insegura y necesitada de la masa.
Claudia sabe que serán miles de acarreados, personas rentadas como plañideras en un funeral, pero no le importa: tendrá un público que la estará ovacionando.
El motivo original de la convocatoria, anunciar la respuesta de su gobierno a los aranceles trumpianos, quedó anulada con la postergación de estos por parte de su par estadounidense.
La titular del Ejecutivo había incluso justificado la necesidad de convocar al pueblo a la manifestación con una explicación peculiar: la didáctica.
Muchas personas, dijo, no saben lo que es un arancel, pero ella disipará esa ignorancia.
Así, Sheinbaum se convertiría por un rato en la gran Maestra de la República.
Ese afán de enseñanza al parecer sigue, porque ahora se mantiene la convocatoria dominguera, pero la explicación será sobre la reforma (eufemismo para la destrucción) del Poder Judicial.
Esa inseguridad que manifiesta Sheinbaum es real dado que ha sido evidente que ella no manda, que su voluntad no prevalece sobre aquellos que se supone deben seguir sus directrices.
El nombramiento de la titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos recayó finalmente en la persona que AMLO había designado para el cargo (reelegida) y no quien Sheinbaum deseaba que lo ocupara.
En días recientes resultó que el Partido Verde podía modificar también lo establecido por el gobierno, permitiendo el nepotismo electoral por unos años más, un desaguisado que no se sabe todavía cómo terminará.
Pero quizá la mayor debilidad de Claudia Sheinbaum reside precisamente en la incapacidad por hacer suya la frase que el presidente Harry Truman puso sobre el escritorio presidencial y que (traducida libremente) decía:
“La última responsabilidad termina aquí”.
Ella y su partido, siguiendo fielmente el guion que les dictó su antecesor, han destrozado la Constitución y fulminado a la República con tal de cumplir con el llamado “Plan C”.
Pero, cuestionada sobre el precio de la gasolina, la Presidenta no tuvo los arrestos de decir que su gobierno necesitaba los recursos fiscales que traen los elevados impuestos al combustible.
Prefirió refugiarse, primero, en decir que el impuesto especial a la gasolina era una herencia del PRIAN y, días más tarde, rompiendo el mercado libre existente imponiendo un tope al precio.
Muchos presidentes han crecido en el cargo, aprendiendo a manejar el poder y convirtiendo sus ideas en acciones de gobierno.