Entre fanáticos y frenéticos
No hace mucho tiempo, los mexicanos aprendimos que el principal factor para que el fraude, la trampa o el juego sucio en términos electorales fuera posible, era ni más ni menos que la abstinencia o la no participación.
Aprendimos que mientras más ciudadanos participen en un ejercicio democrático, más difícil es para los tramposos "hacer trampa".
Por eso y para eso se creó el INE, para descentralizar la participación ciudadana y que ésta ya no sea solo asunto de organización a conveniencia e interés del de gobierno.
Resulta paradójico que quienes estarían dispuestos a marchar y manifestarse para remover al presidente de su cargo, ahora no quieran acudir a externar su animadversión en un ejercicio promovido y/o convocado por el mismo presidente.
¡¿Cómo le van a hacer el juego al que precisamente quieren revocar?!.
Y es que, como dijo alguna vez Salvador Dalí:- "México es un país surrealista".
A falta de “realidad”, no queda más recurso que la suspicacia, la sospecha, la incertidumbre, la desinformación, y si a eso agregamos que ante un hecho de esta naturaleza no tenemos referente histórico, ni experiencia previa, ni parámetro de comparación…la especulación hace de las suyas y nos paraliza; convirtiendo el debate en una diatriba entre fanáticos y frenéticos.
Curiosamente, este ejercicio de revocación o ratificación a llevarse a cabo el 10 de abril y las actitudes ante el mismo, están impregnadas de visceralidad y de un orgullo mal entendido, donde se pierde lo más por lo menos, sacrificando el derecho a expresar libremente una opinión de inconformidad en forma democrática y civil con tal de “no seguirle el juego” al objeto de nuestra animadversión.
¡Y ni se diga en qué posición quedaría el INE ante tal desaire de soberbio desprecio!. Esto es tanto como “confundir la gimnasia con la magnesia”.
Algunos están como dice la canción de Juan Gabriel: “Podría votar, pero no voto por orgullo simplemente”.
En realidad, privarse del derecho democrático de opinar civilmente, solo sería un “autocastigo” que se busca justificar con términos en relación con los resultados, cuando lo que importa no es el presidente, sino el precedente.
El desplante abstencionista adquiere tono de berrinche, como el niño que se auto asfixia dejando de respirar hasta que su mamá le dé lo que quiere.
Dice el refrán que “el odio (o el repudio) es un veneno que uno mismo se toma esperando que se muera el otro”.
Así que, sucumbir ante el desprecio, el orgullo, la enjundia, la desconfianza, la displicencia, la soberbia, la ignorancia, la desinformación, el prejuicio, la indignación, o cualquier otra emoción o sentimiento subjetivo que nos paralice, nos orille a no decir, a no participar y a abstenernos en lugar de decir, participar y votar de acuerdo a nuestra convicción y postura, no es por mucho “castigar” al presidente con nuestro desprecio.
Es, más bien, despreciar la noción de que la democracia se construye paso a paso y que no podemos confundir al individuo en cuestión con el principio democrático…