Una anécdota con moraleja
Relato corto.
El pasado domingo, un amigo y ex compañero de la carrera de C.P.A. de la Facultad de Contaduría y Administración de mi querida Universidad Autónoma de Nuevo León, yendo en su carro a una vuelta intrascendente, fue embestido accidentalmente por otro auto conducido por un muchacho joven, que tras el choque quedó más asustado que mi amigo.
El accidente fue fuerte, y los carros quedaron muy dañados, pero los conductores salieron ilesos, gracias a las bolsas de protección que hoy tienen los autos de modelo reciente.
Benditas bolsas, sí funcionan.
Los daños humanos pudieron haber sido mucho mayores y mi amigo estaba confundido por lo que pudo haber ocurrido.
Aparte de manifestarle mi alegría por haber salido ileso, le compartí una anécdota de mi adolescencia, que enseguida les platico:
Cuando yo estaba chavo, mi abuela materna Irene Gándara de González, de unos 84 años de edad, vivía con nosotros en nuestra casa, allá por la calle Colón, y empezaba a tener demencia senil.
Recuerdo que cuando había alguna tormenta eléctrica, de pronto se oían unos truenos muy fuertes y espantosos, y cada vez que caía uno de ellos, mi abuela decía: “Gracias a Dios”.
Mis hermanos y yo, medio asustados por los estruendos, le preguntábamos: “oiga abuela si estuvo bien fuerte el trueno, ¿por qué le da gracias a Dios?“.
Y ella contestaba con todo aplomo: “porque ese rayo ya no nos cayó encima”.
A mí me daba gracia su sabiduría, y nunca me volvieron a asustar los truenos.
Moraleja: “Si no entiendes las verdaderas amenazas de tu entorno, vivirás siempre con el temor de todo”.