Opinión

Gobierno, libertad y orden. Olvidar el Futuro

Carlos Chavarría DETONA: Desde el inicio del siglo XXI, los cambios electorales han forzado a los grandes partidos tradicionales de muchas democracias a una elección difícil.

Coaliciones amplias con rivales históricos o pactos con partidos populistas o minoritarios, a menudo sin experiencia de gobierno.

Alemania, desde 2005, ejemplifica la primera opción, con los Demócratas Cristianos prefiriendo gobernar con los Socialdemócratas que con la Alternativa para Alemania.

En Irlanda, en 2020, Fianna Fáil y Fine Gael consideraron unirse para evitar gobernar con Sinn Féin.

Otros países, sin embargo, han optado por la segunda vía, llevando al gobierno a partidos como el Partido de la Libertad en Austria (2000), SYRIZA en Grecia (2015), el Movimiento Cinco Estrellas en Italia (2018) y el Partido del Progreso en Noruega (2013).

Hoy el Partido Republicano se ha unido al movimiento MAGA de Trump.

La profundización de la polarización política en casi todos los países no es un accidente de la historia, responde al agotamiento de la narrativa esperanzadora dictada desde el Consenso de Washington, acerca de un mundo global en progreso continuo, que se conduce en democracia, integrado y libre.

Quien promovió este acuerdo, hoy abjura de él, los EEUU. Hasta John Williamson, su creador acusa las deformaciones y vacíos en su implementación.

La narrativa del consenso se formuló para contrastar con las turbulencias políticas y evitar las crisis de endeudamiento recurrente de la economía global de la década de los 80´s del Siglo XX

En un mundo asaltado por “verdades alternativas” y narrativas diseñadas con gran precisión desde todos los ángulos del poder, crean y destruyen a su antojo creencias en las masas electorales.

Desde los 1980´s y hasta ahora, se viene realizando en el mundo por parte del Instituto de Ciencia Política  de la Universidad de Viena el Sondeo Mundial de Valores, que busca facilitar el entendimiento en los cambios de creencias, motivaciones y valores de las personas. [https://www.worldvaluessurvey.org/WVSContents.jsp].

Cuando se contrasta cuál es la opción más apropiada entre un gobierno que es muy legal pero no mantiene el orden, y otro que mantiene el orden pero no es tan legal, no deja de sorprender que las personas prefieren el segundo de ellos.

En el mismo sentido al valorar la calidad y aprecio por las democracias contra los peligros para la vida en una sociedad, las personas están dispuestas a sacrificar parte de sus procesos democráticos con tal de proteger sus libertades tradicionales aunque no sean completas y muestren limitaciones muy obvias.

Los EEUU, México, Alemania, Rusia, y algunos otros países son ejemplo de la aceptación tácita que las personas muestran sobre limitar sus libertades en aras de mantener sus estados tradicionales, aunque todo ello implique la paradoja de obligarse a aceptar al mismo tiempo limitaciones impuestas por sus gobiernos que afectan la salud  de sus democracias asimilando gobiernos populistas de toda índole.

En  su libro "Confianza: Las virtudes sociales y la creación de prosperidad", Fukuyama sostiene:

“Un Estado liberal se define por sus límites, donde la libertad individual restringe la acción gubernamental.

Para evitar la anarquía, la sociedad debe autogobernarse fuera de la esfera estatal.

Este sistema se sustenta no solo en leyes, sino en la moderación individual.

La falta de tolerancia, respeto mutuo o cumplimiento de las leyes exige un Estado coercitivo.

La incapacidad de cooperar para fines comunes requiere un Estado intervencionista que supla la organización ausente”.

Paradójico pero real.

Durante las últimas dos décadas, el valor de la libertad se ha convertido en el principio de innumerables sueños y proyectos políticos.

Vivimos en un momento histórico en el que "el mundo libre" ha triunfado sobre su adversario totalitario, "el libre mercado" sobre la economía dirigida y el plan, el individuo auténtico amante de la libertad sobre el sujeto colectivo leal de las moralidades tradicionales y la ética por igual.

Ser gobernados a través de nuestra libertad: la idea misma parece paradójica.

La libertad aparece, casi por definición, como la antítesis del gobierno: la libertad se entiende en términos del acto de liberación de la servidumbre o la esclavitud, la condición de existencia en libertad, el derecho del individuo a actuar de cualquier manera deseada sin restricciones, el poder de hacer lo que uno quiera.

La política de nuestro presente, en la medida en que está definida y delimitada por los valores del liberalismo, está estructurada por la oposición entre libertad y gobierno.

Como señala Barry Hindess, el liberalismo "se entiende comúnmente como una doctrina o ideología política preocupada por la maximización de la libertad individual y, en particular, con la defensa de esa libertad contra el Estado".

Debido a que esa dialéctica está en el centro de gran parte de la política de nuestro presente, el problema de la libertad se encuentra en el corazón de los análisis contemporáneos de la “gubernamentalidad”.

La gubernamentalidad, un concepto acuñado por Michel Foucault, representa una ruptura con las concepciones tradicionales del poder, centrándose en las técnicas y estrategias a través de las cuales se dirige y controla la conducta de individuos y poblaciones.

No se trata simplemente del "gobierno" en su sentido convencional, sino de un análisis profundo de cómo se ejerce el poder en las sociedades modernas, trascendiendo las instituciones estatales.

Elon Musk es hoy el héroe representativo de la actualidad libertaria.

Foucault nos invita a reflexionar sobre las formas en que el poder se infiltra en nuestra vida cotidiana, a menudo de manera invisible, y cómo construimos nuestra propia subjetividad en relación con estas dinámicas de poder.

Una muestra invaluable es la injerencia de las tecnologías de la información dentro de las vidas cotidianas con enorme gusto por parte de los usuarios, con todos los riesgos implícitos para la libertad de pensamiento.

Trump y los demás populistas “visitan” el gobierno y hoy “descubren” todos los defectos inimaginables en una narrativa que justifica  la ruptura del orden institucional por ser contrario de la sociedad liberal.

Suena absurdo que el brazo económico del poder atente contra el mismo orden que le dio origen en el Siglo XX a las tecnocracias como salida narrativa única para el progreso.

Menudo problema el que nos espera en el futuro cuando los  gobiernos se autoerigen como único  órgano que dicta la “normalidad”, para un nuevo orden.

Según las experiencias a la vista, los gobiernos populistas no dejan espacio a ninguna clase de diálogo, Trump dicta tanto como Putin, y López Obrador como Milei, pero la realidad es implacable.

La imposición de una "normalidad" homogénea margina a quienes no se ajustan, limitando la riqueza cultural, social e intelectual.

En el nuevo orden, los gobiernos autoritarios se quieren disfrazar de protectores de los valores “tradicionales” y usan su "normalidad" para reprimir la disidencia, recurriendo a vigilancia, censura y violación de derechos humanos.

Quienes se desvían de la norma sufren estigma, discriminación laboral y social, afectando su bienestar emocional.

Bajo el pragmatismo politico populista, la "normalidad" impuesta obstaculiza la adaptación a nuevas dinamicas sociales y naturales, volviendo a las sociedades vulnerables.

Aquel lema de “Libertad, Igualdad, y Fraternidad” quedo solo en eso, un lema inspirador que marco el inicio del pensamiento liberal occidental, que nunca tuvo el arraigo social e institucional suficiente para sobrevivir a los delirios de los poderes fácticos de cada época.

“Cambiar todo, para que nada cambie”
La cita original expresa la siguiente contradicción aparente: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.