Ifigenia cruel de Alfonso Reyes y mi casi encuentro con la muerte
Una nueva puesta de Ifigenia cruel, obra de teatro de don Alfonso Reyes, se presenta en el Aula Magna de la UANL, hoy sábado 26 de mayo a las 08:00 pm y mañana domingo 27.
La dirige magníficamente Luis Martín.
Dado que mi amigo Luis me invitó a interpretar el papel del rey Toas, debuté como actor junto con los talentosos Alfonso Teja y Marilú Martínez, entre otros profesionales que integran un elenco excepcional.
Para repasar mis líneas, aunque es una obra que me sé casi de memoria, salí a trotar a Calzada del Valle con mis audífonos puestos.
Entonces sucedió el milagro que por poco cambia mi vida, que pudo comprometer la puesta de Ifigenia y que en cierta medida hubiera honrado fúnebremente los 100 años de la presentación en sociedad de la memorable obra de Reyes.
Que no se te olvide el "Don".
Minutos antes del imprevisible acontecimiento, recordaba que también hace poco menos de 100 años, don Alfonso (“que no se te olvide el don” decía Pedro Páramo), vino a Monterrey a hacer una lectura pública en Colegio Civil de su Ifigenia cruel.
Así se lo contaba don Alfonso a su amigo editor don Miguel N. Lira, en una carta manuscrita que me mostró en Tlaxcala mi amigo el académico Jaime Ferrer, de la Universidad Autónoma de ese Estado.
Don Alfonso tenía 15 años de no venir a Monterrey, y fue un viaje de pisa y corre: apenas dos días.
Llegó en tren, acompañado por la familia de su compadre Aarón Sáenz a visitar a sus hermanas Amalia y María.
Don Alfonso fue agasajado en el recién estrenado barrio del Obispado, por sus amigos Antonio y José Muguerza, por Sara Belden, por Francisco Sada y por Salomé Botello, compadre de su papá el general Bernardo.
Luego se dio tiempo para visitar la casa de su infancia en la acera sur de la calle Hidalgo, cuya dueña era ya para entonces la señora Pozas, suegra de José Muguerza.
Dice el propio don Alfonso en sus Diarios que quedó sorprendido porque la gente pudiente (en aquellos ayeres les decían “los ricos”) habían asfaltado las calles que antes eran de ladrillo.
En el Casino Monterrey le organizaron una cena, encabezada por el gobernador interino Enrique Ramírez, alias “El Potrillo).
Ahí platicó con su ex compañera de pupitre, Diana Larralde, quien se le lanzó con un piropo atrevido: “¿por qué no fuimos novios tú y yo, Ponchito?”.
Para variar, el tren que abordaría don Alfonso rumbo a San Antonio, Texas, se descompuso en las afueras de Monterrey y tuvo un retraso de seis horas.
En esas remembranzas estaba yo en Calzada del Valle cuando escuché a un Audi frenando de sopetón, mientras yo cruzaba la calle frente a la oficina de Abel Guerra.
No miento cuando afirmo que el carro se frenó a escasos dos centímetros de mi pierna derecha.
¡Dos centímetros!
Se bajó del carro el conductor, conocido mío, muy angustiado por el grave accidente que no sucedió.
Y resulta que casualmente es descendiente de uno de los ilustres apellidos que acabo de mencionar.
De manera que mi respuesta, contra mi costumbre de encabronarme, fue decirle al imprudente:
A fin de despejarle un poco más sus dudas, seguí explicándole al imprudente:
“Y el daño se lo hubieras provocado no a mi vida o a mi pierna… esas como quiera; es que hubieras echado a perder el estreno de la Ifigenia cruel de don Alfonso”.
Como ahora la moda entre sampetrinos consiste en pisarle al acelerador del carro (pregúntenle al Grillo Sada), pero no pisarle al acelerador de las artes o la cultura, mejor lo dejé en ascuas y seguí trotando.
Y ahora el turno es tuyo: ¿Vas a ir hoy 26 de agosto o mañana domingo al Aula Magna de Colegio Civil, a ver a Ifigenia cruel de Alfonso Reyes?
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