La accesibilidad o, no jalen que descobijan
Se han logrado diseños magníficos en aplicaciones, softwares, edificios y calles y que le dan acceso a muchas personas con características distintas.
Pero siempre está aquel al que no pudimos abarcar. Es normal.
Los seres humanos somos tan diversos en nuestras necesidades y en nuestros deseos, que el tema de la accesibilidad universal es como una cobija que te queda corta, que si te tapa los pies te destapa la cabeza y viceversa.
Ahora mismo estoy en Mérida, iniciando las operaciones de Diálogo en la Oscuridad en el Museo de la Luz, recinto que pertenece a la UNAM
AL pasear por la plaza grande en esta ciudad, me encontré con este nuevo diseño de calles donde no hay un escalón para bajar la banqueta ni otro para subirlo.
No hay desniveles que indiquen dónde termina la banqueta y dónde inicia la calle.
En algunos tramos hay un cambio de textura que yo tengo que detectar con mi bastón: más áspero en la zona peatonal, adoquinado sobre la calle.
No es mala idea, pero ni está en todas estas calles, solo en algunos tramos, además que me obliga a permanecer extremadamente atento a las texturas del suelo, casi en estado meditativo.
Estas calles son terribles para mí; no sé cuándo estoy sobre la banqueta y cuándo sobre la calle. No tengo que explicar los peligros que esto implica.
Pero al mismo tiempo supongo que es un diseño maravilloso para las personas que usan una silla de ruedas o que tienen alguna dificultad para caminar: ¡no más molestos escalones!
Yo sigo creyendo que la accesibilidad no funciona sin inclusión.
La accesibilidad son todas las adaptaciones que se le hacen a un entorno externo, sea físico o digital, con el fin de remover barreras.
La inclusión es una actitud de servicio de cualquier persona, que con barreras o sin barreras físicas y o digitales, tiene la intensión de que la otra persona participe.