La huida hacia adelante de Ebrard
Marcelo Ebrard (“sonríe, todo saldrá bien”) ayer dejó de sonreír, pues no logró chantajear a Andrés Manuel López Obrador con el cuento de la unidad y el supuesto compromiso de que a él le correspondía el turno de la silla presidencial tras cederle, según él, la candidatura del PRD en 2012 en aras de la unidad de la izquierda.
Ebrard soñó desde joven ser presidente de la República, según comentan ex compañeros suyos en El Colegio de México, cuando en la tradición política del PRI el único requisito para lograrlo es contar con la voluntad del titular del Ejecutivo, el célebre dedazo.
Según analistas, Estados Unidos es uno de los poderes fácticos que influyen en la sucesión presidencial.
México, sala de espera...
Bajo esta perspectiva, el ex canciller aceptó convertir a México en la sala de espera de la migra estadunidense por medio del programa “Quédate en México”, pero trató de ocultarlo a los mexicanos.
De acuerdo con el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, en una reunión secreta el 15 de noviembre de 2018 en Houston, 15 días antes de tomar posesión del cargo de secretario de Relaciones Exteriores, Ebrard le solicitó declarar en público que dicho programa se aplicaría en nuestro territorio como una decisión unilateral de EU, sin el consentimiento de México, para ocultar el verdadero carácter vergonzoso del acuerdo, lesivo a la soberanía nacional.
Pompeo se negó al contubernio, pero le dio el beso del diablo a Ebrard al desearle éxito en su anhelo de ser presidente de México (ver el libro de memorias Never give an inch, Nunca cedas en nada).
El precandidato Ebrard arguye ahora que ganó la nominación según su propia encuesta, única corcholata que impugnó a la ganadora de la encuesta oficial de Morena: Claudia Sheinbaum.
Como diría Zapata, la encuesta es de quien la trabaja, no de quien la paga.
Arrogante como es, Ebrard trató de imponer al presidente sus reglas como si los patos dispararan a las escopetas.
Resentido por el menosprecio presidencial, al desplumado Ebrard le entró el síndrome de Camacho: desconocer la decisión presidencial, avalada por el resultado demoscópico y adornada con cola de caballo.
Lo cierto es que ganó Sheinbaum y perdió Ebrard por una simple razón: no es auténtico.
Ebrard no pudo convencer en las redes sociales a la mayoría de los encuestados: mete goles a un portero palero, sostiene pesas con el abultado vientre y baila sin estilo su designio fatal: “No rompas más, mi pobre corazón”.
Alejado del afecto presidencial, Ebrard trata de salvar la cara de perdedor al manchar el proceso de sucesión dirigido por el mismo López Obrador.
El travesti del arcoíris, término acuñado aquí en Sin Ataduras, cambiará otra vez de color: dejó de ser guinda para pronto repintarse con el único color disponible a la venta, el naranja.
Como cáscara exprimida, será humillado por otra mayor derrota en 2024.