Suicidarse en la calle es abastecer al morbo, alimentar la saña
El silencio cómplice. Aniquilar lentamente al otro. Con el aplauso a la muerte en las redes, el yo deja de ser otro. El yo desaparece y el otro se multiplica y se fragmenta.
Las redes sociales multiplican el suicidio. Lo ponen al alcance de un click. El que deja el mundo por voluntad propia se eterniza unos instantes, después desaparece en la opinión del otro, el “especialista” en likes, “el opinador” que al multiplicar el instante se dispara a sí mismo.
La inteligencia desaparece cuando la turba, convertida en piedra espontánea de huesos y tejidos, alienta al otro a que se arroje al vacío. Pero aquí el vacío tiene fondo: se llama pavimento.
Lo que no tiene fondo es la frivolidad del espectador y del que cubre "el evento" para los noticieros; uno pasaba por ahí y se sintió protagonistas de un cortometraje en vivo. Al otro lo mandaron desde su mesa de Redacción. La realidad los metió en ese video en el que ahora son protagonistas y replicadores, que no replicantes.
El suicidio es también un distractor electoral
Lo de ahora son los golpes, no la confrontación de ideas. Las ideas están muertas, el espectáculo las mató. El silencio se convierte en ruido. La vida deja de ser inmune.
El coronavirus se convierte en fantasma ante la necesidad de regular el orden y desvirtuar el caos. La vacuna deja de ser la salvación. Todos estamos a prueba en este mundo. Vivir es firmar un contrato que le da al viviente un certificado de conejillo de indias.
Ser o arrojarse de una vez, porque el tiempo en la urbe es un lujo.
O alimentas mi morbo o me voy
Te voy a dar una oportunidad, sólo unos segundos. Ya está: me salió movida la foto pero el video, aunque con mucho movimiento, no miente.
Lanzarse al vacío y morir, es la consigna. Registrar el instante y compartirlo, es la respuesta del otro.
La poesía despojada de toda su cruel reverencia.
La solidaridad es una palabra inútil ante una decisión. O ejercicio de libertad.